domingo, 27 de octubre de 2013

Hace 10 años ya de esta tragedia que nos la refresca Daniel Perez

Los cincuenta y ocho inmigrantes se aprietan en una embarcación de nueve metros de eslora y dos de manga. Hace tres horas que zarparon desde un punto cualquiera de la costa marroquí, entre Asila y Larache. El mar está bravo. El viento levanta las olas. La proa cabecea y el motor fuera borda apenas aguanta su propio peso. Ya no se ven las luces de la costa. Es noche cerrada. La patera está en medio de ninguna parte y arrecia el temporal. Entra agua. Mucha agua. Tanta que pronto les cubre los pies. Los hombres la achican como pueden con cubos, tarros y escudillas. El patrón da la orden de que nadie se mueva. Por eso pide silencio.
Aguantan hasta las siete de la tarde del 25 de octubre de 2003. Durante todo el día han soportado un vendaval de fuerza 6. Pero la tormenta continúa, hay mar gruesa y el patrón se desorienta. Zozobran. Muy cerca de las playas de Rota, el capitán del mercante italiano fondeado en la Bahía Focs Tenerife divisa la embarcación, a punto de irse a pique. Da la voz de alarma a Salvamento Marítimo y se presta al rescate. Les lanzan escalas, chalecos y flotadores. Los inmigrantes, desesperados, alzan los brazos pidiendo ayuda. El patrón duda. Finalmente decide eludir el auxilio y enfila rumbo a la costa.
Uno de los supervivientes lo contó así ante el juez: “Pasamos cerca de un barco grande, verde y rojo. Echaron una escalera por la borda, para que subiéramos, pero el patrón dijo que si teníamos que morir, moriríamos todos. Estábamos empapados, llevábamos dos días sin comer y lo único que queríamos era desembarcar en algún sitio. Le pedimos a gritos que nos dejara subir al barco, pero el patrón se rió y dijo que cogiéramos nosotros el timón”.
El mafioso prefiere el mar a la cárcel y les pide a los inmigrantes que no se asusten. Les avisa de que están a punto de llegar a España.
Y lo están. Les faltan menos de 200 metros. Pero la patera no resiste la marejada definitiva y vuelca. “Una ola se nos echó encima por la popa y volcó la lancha. Nos subimos a ella como pudimos. Vino otra ola y nos tiró al agua. Intentamos subir de nuevo, pero la zodiac se hundió. Ninguno teníamos chalecos salvavidas. Ninguno, excepto el patrón”.
52 minutos después de que el capitán del Focs avisara a Salvamento Marítimo, zarpa, por fin, el remolcador Sargazos desde el puerto de Cádiz. Pero ya es tarde. Muy tarde. El fuerte oleaje ha empujado al fondo a casi todos los tripulantes. La mayoría son chicos de las comarcas rurales, gente del interior, y no saben nadar. Muchos habían visto por primera vez el mar el mismo día en que perdieron la vida.

LOS MUERTOS LLAMAN A CASA
Violeta Cuesta pasea con su pareja en dirección a Punta Candor. Suena el teléfono. Alguien la avisa de que ha naufragado una patera en Rota. Recaban voluntarios para buscar posibles supervivientes y auxiliarlos. Violeta dice que sí. Durante horas recorre una y otra vez la zona, pero no encuentra nada.
El mar devuelve primero los restos de la embarcación. Una zodiac de PVC arañada por las rocas y arrojada por el temporal a la playa de Arroyo Hondo. Después va depositando en la arena de la Bahía su prolija cosecha de cadáveres. Cuerpos hinchados, amarillos, irreconocibles. Uno detrás de otro, lentamente, con cuenta gotas. Así durante días. Treinta y siete veces.
Los muertos son muchos, aparecen a cinco columnas en las portadas de los periódicos y la sociedad se conmociona. Hay sentidos comunicados de condolencia por parte de instituciones públicas y privadas, concentraciones, homenajes, discursos y recitales de poesía. La prensa informa de los detalles del naufragio. El ministro lo define como la mayor tragedia humanitaria ocurrida en las costas españolas. A los políticos, en la tele, se les ve muy afectados. Nadie habla, todavía, de la descoordinación de los equipos de rescate, de la proverbial sordera de los mandos de la base naval americana ni de la falta de medios. Nadie habla de los 52 minutos. A nadie le interesa la vertiente espinosa del asunto, por ahora. La gente de Rota se pregunta, más bien, quiénes son los ahogados. Qué historia tienen detrás. De dónde proceden esos hombres que han venido a morir a la mismísima puerta de sus casas.
No echemos sólo rosas al mar. Poco tiempo después, tras un homenaje a las víctimas del naufragio celebrado en la playa del Buzo de El Puerto de Santamaría, un grupo de personas, entre ellas Violeta, decide que no son suficientes las concentraciones, los minutos de silencio y los discursos estériles.
Un hombre coloca flores frente a la placa que conmemora el naufragio tras el acto que ha celebrado Pro Derechos Humanos. // D.P.
Un hombre coloca flores frente a la placa que conmemora el naufragio tras el acto que ha celebrado Pro Derechos Humanos. // D.P.
Ponen negro sobre blanco sus intenciones. Escriben: “¿Qué hemos hecho hasta ahora? Hemos llorado, nos hemos lamentado, hemos acusado, nos hemos reunido, hemos firmado artículos, hemos elevado plegarias, hemos enviado cartas, hemos leído manifiestos, hemos arrojado flores al mar, hemos convocado manifestaciones, hemos expresado nuestro dolor… Lo que hemos hecho, en definitiva, es nadar y guardar la ropa, lavar nuestra conciencia, ponernos nuestro disfraz solidario, nuestra máscara más amable y, pasada la fecha, volver a casa con toda esa solidaridad caducada”.
También escriben: “¿Qué otra cosa podemos hacer por esa pobre gente venida de Beni Mellal, una región perdida del Atlas, embarcada en las costas de Larache y ahogada para siempre en el olvido?”. Se responden: Ir hasta allí. Viajar hasta Hansala y tener la valentía de darles, por lo menos, nuestro pésame a la cara.
Mi enhorabuena Daniel.

1 comentario:

Dr. K.Ghao dijo...

Sé que no está relacionado con esta informacion, pero el día 24 del presente te remití una publicación a cerca de la "ESPANTÁ" de tus correligionsrios(9)de la cupula "pilarina", ¿aún no tiene información? o no sabe no contesta