martes, 27 de noviembre de 2012

Juan Diego en el Villamarta el Viernes con un monólogo

De un primo lejano nuestro se decía en la familia que era amorfo. Un día estaba yo ayudando a mi padre a
arreglar la cisterna del retrete cuando se me ocurrió preguntarle qué quería decir aquella palabra, amorfo.
Recuerdo que emergió de debajo de la taza del retrete con el pelo desordenado y dijo:
-Pues una persona sin personalidad.
Yo me quedé pensando un rato y al final le pregunté si una persona sin personalidad era lo mismo que una
mesa sin mesalidad, lo que no me cabía en la cabeza, o una sartén sin sartenidad, lo que tampoco me parecía
posible. Mi padre volvió a asomar la cara con expresión de lástima y dijo:
-¿Tú eres idiota o qué?
No volví a preguntarle ninguna duda lingüística, aunque las dudas lingüísticas eran, junto a las religiosas,
las que más me torturaban. No comprendía, por ejemplo, por qué al pronunciar la palabra “rata” veía dentro
de mi cabeza una rata mientras que al pronunciar “ra” no veía media rata. Tuve una relación muy conflictiva
con la lengua madre, muy intensa también, pues ciertas dificultades de pronunciación que todavía
arrastro hacían que las palabras, dentro de mi boca, parecieran objetos, más que sonidos. Las masticaba o
las ensalivaba como si fueran un dulce y lo cierto es que para mí tenían sabor, olor, color, textura. Algunas
palabras eran duras como piedras y otras se deshacían como la espuma al contacto con la lengua. De otro
lado, enseguida advertí también que una palabra podía arreglarte el día o estropeártelo porque había palabras
que curaban y palabras que mataban, palabras que te hacían reír o que te hacían llorar, palabras que
te adormecían o que te provocaban insomnio. Descubrí con asombro que las palabras dirigían la vida de los
hombres, ya que, lejos de conquistarlas, según creíamos, eran ellas las que nos colonizaban. En gran medida,
estamos hechos, o deshechos, de palabras.
De esa extrañeza frente a la lengua nacería, muchos años después, este monólogo que trata de eso, de lo
raro que es hablar o ser hablado.
Juan José Millás

2 comentarios:

tabajete dijo...

22 euros la entrada

Anónimo dijo...

Tu los pagaste palomo? no creo a tí te gusta ir de pescuezo a todos lados, gran actor Juan Diego, me encanta, sobre todo recuerdo el papel que tuvo en la pelicula "Los Santos Inocentes" según el libro de Miguel Delibes, fue estelar. La cultura cuesta dinero y cuando se trata de un artista de la categoría de ese hombre, me parecen pocos euros por verlo en directo, es verdad que no está al alcance de cualquiera, pero también es verdad que a esos eventos solo van gentes que si tienen capacidad económica para pagar esa cantidad. Me alegro por ellos y me lamento de mi miseria y mi falta de peculio.

Beli de trebujena.